Cuando sabes que lo que haces está bien, pero tu corazón lo niega. Tienes dos opiniones contrarias, y no sabes cual es la verdadera. Cuando has hecho algo que tú sabes que está bien, pero tu corazón dice que estás equivocada. No conoces la verdad, pero no te interesa. Porque quieres sentirte bien contigo misma.
No te alegras por tus amigos, por tus mejores amigos. Quieres lo que ellos tienen. Lo deseas. Lo necesitas. Pero sin embargo no te interesa que ellos sean felices o no. Aunque tu corazón sí se alegra, individualmente, como si fuera otra persona. Tu cerebro te hace llorar. Las lágrimas mojan tus mejillas, empañan tus ojos, hacen que se te desgarre el alma. Quieres gritar, pero te aguantas, porque aunque lo intentes, el sonido que deseas no saldrá de tu garganta. No puedes hablar, porque tu corazón te está utilizando como él quiere para que tú te sientas como a él le apetece.
Dentro de ti sabes que eso está mal, pero no haces nada para evitarlo, para cambiarlo. Eres una egoísta, porque quieres que todo lo bueno que tienen ellos te venga a ti. Quieres que esa persona te escuche y te abrace. Quieres que eso que han vivido ellos, lo vivas tú también. Con esa otra persona.
Y mientras piensas esto, sigues llorando, porque eres una egoísta. Completamente idiota, dejándote llevar por emociones y lágrimas. Por desgarros en el alma, dolores indoloros. Sonidos inaudibles que viajan a través de tus oídos, haciendo que tus lágrimas salgan a más frecuencia.
¿Sabes eso que sientes en el pecho? Eso es la soledad, el egoísmo, el dolor. Todo lo malo que tienes en ti mismo, volviéndose físico.
Te decides a necesitarle, a decírselo. Pero él no está ahí, porque él es bueno, él no tiene maldad. A él no le duele el corazón por el egoísmo. Solo siente egoísmo por tenerte, porque seas suya. Pero tú eres mala, no te merece.
Aún así, te lanzas a la piscina, se te acelera el corazón. El dolor vuelve, la soledad te embriaga.
Estás perdida.
Y nadie puede encontrarte.