Esa mañana de aquel invierno me levanté para ir a comer. Supongo que nunca podré voler a pasar por aquel momento. En cuanto me di la vuelta, pensé que toda mi vida se caía sobre mis pies. Pensé en olvidarme de todo, decirle adiós a la vida, pero dejaría demasiado. Más de lo que debía dejar.
Me encaminé al patio trasero de mi casa, donde pasaba la mayor parte del día, y en el que pensé, pasaría los mejores años de mi vida, pero no fue así. En su lugar, recuerdo mucho dolor y sufrimiento, sentimientos que quería dejar atrás, olvidarlos para siempre.
Ahora que estoy aquí, sola con mi agonía, no la deseo más, quiero dejarla ir, dejarla marcharse para no volver jamás. En aquel patio lloraba, la angustia me consumía, solo la desesperación me acompañaba en las frías noches sin estrellas que brillaran para mi. En realidad, pensándolo bien, nunca esperé tener felicidad en mi vida, que las sombras de la gente serían mi casa y el silencio, mi melodía. Eso era lo que yo esperaba de mi vida.
Aunque no todo estaba perdido, puesto que de pequeña, lo que recuerdo, yo no era así. Nadie es así de pequeña. Entonces tenía amigas, en la escuela me hablaban... ¿Por qué me conformo con esta vida? ¿Qué pasó con la anterior? ¿Se perdió en el olvido?
Salí de mi casa a dar una vuelta, pero allí seguía el sufrimiento, caminando detrás de mi. No necesitaba aire, necesitaba compañía.